"Solo quiero pintar, nada más", fue lo único que atinó a decir. Se congeló el tiempo y el espacio por un instante, ninguno de los presentes esperaba tan corto pero contundente manifiesto. Los profesores mantenían la mirada fija en ese plano bicolor, era el último examen del semestre. Los alumnos, aunque pendientes de lo que le iba a tocar a cada uno en su momento, comenzaron a buscar alguna existencialista inspiración en sus trabajos, pensando en tan gloriosas palabras de quien menos pensaban era capaz de tal acto, de descuidado y espontaneo hipnotismo momentáneo.
Hasta el momento nada hacia presagiar tan solemnes segundos; todo había transcurrido como estaba acostumbrado, ceñudos docentes con aire de conocedores de historias ocultas de artistas malditos y técnicas pictóricas perdidas en algún amarillo pergamino enterrado en uno de esos viejos desvanes coloniales. Aunque cada uno era muy popularmente conocido en la escuela por sus peculiares y muy excéntricas formas de expresarse. Era sabido que de los cinco solo dos ejercían, los otros tres habían reducido toda su expresión artística a sendos escritorios repletos de documentos para firmar, fichas que sellar e informes que hacer. Mostraban una mundial reticencia a referirse a su situación como burocrática, los típicos hombres de familia preocupados más por su situación económica que por las altas y filosóficas cavilaciones estéticas.
Los otros dos, tenían en cambio ese halo de conocedores del óleo y los pinceles, más a fuerza de mano que de intelecto, aunque de diferente forma eran precedidos por sus superheróicos egos. Ambos tenían como inspiración telúrica andinas cosmogonías que se diferenciaban en estilos; el mayor de ellos, un tipo como cualquier otro, con facciones que delataban algún antepasado negro, medio zambo él, parecía tener cincuenta y tantos anuarios de arte en su vida, visionario mayor de rojos y tierras en todos sus matices y tonos, con geometrías perdidas en una explosión de colores terrosos que recordaban a Szyszlo y Caballero, era posible vislumbrar en esas formas iconografía prehispánica, cierto neofigurativismo muy inclinado a lo andino, que evocaban muy sutilmente místicas momias Paracas, dibujos Wari y figurillas de Pikillakta; en los personal, era una tipo serio pero bonachón, de tragos de fin de semana y que no se permitía perder ninguna oportunidad de encontrarlos, era conocido por su lengua simple pero pesada, la cual intentaba densificar, hacer mas intelectual pero como dicen, lo que salamanca no da, natura no presta .
El otro, del tipo andino más bien, era sabido que provenía de algún distrito desconocido y alejado del Cusco, tenia fama de haber sido alumno chancón y empeñoso, de hecho ya parecía haber pasado con holgura la tan mentada crisis de los cuarenta pues era delatado por una ya avanzada calvicie, larga y rala piocha y bigote; dedos agarrotados, que emulaban filosas garras consecuencia quizás de alguna infantil enfermedad y por la cual nadie se atrevía a preguntar; de verbo medido y parco, mirada fría y de escasa sonrisa, las que prodigaba sola y exclusivamente a su muy cercano e intimo circulo de amigos. Era un tipo conocedor de las nuevas tendencias y mercados de arte. Como docente promovía la incursión en nuevas posibilidades creativas; su pintura era de factura espontanea y libre, de mano segura y bastante trabajada. Su temática era andina también pero, a diferencia del anterior, tenia mucha predilección por los ukukos (representación folclórica de los hombres-oso, semidioses andinos) que hacen contritas peregrinaciones al nevado del Q'oyllor R'iti, cargados de bloques de hielo en las espaldas blandiendo coloridas banderas del imperio de los Cuatro Suyos.
Para completar el aquelarre artístico estaban cerca de diez aplicados aspirantes a artistas, trasnochados y con las ropas con puntos de colores cual psicodélicas mariposas producto de los los pinceles que, como tiradores de esgrima, descuidadamente usaron cual floretes en esas interminables idas con los lienzos. Era posible recorrer la mismísima historia del arte en sus trabajos, desde las cavernas de Altamira y Lascaux pasando por el Näif de Rosseau, el arte metafísico de Chirico, el surrealismo de Dalí y Miró, el cubismo de Picasso y, claro, el infaltable Van Gogh con sus colores y fuertes trazos, empero, había un detalle: había que reconocer muy bien la obra de cada artista puesto que en muchos casos había antes que diferenciar las pinturas de las manchas de Rorschach para poder ver a los grandes pintores. Cada iniciado estaba nervioso buscando en lo más profundo y exquisito de sus mentes los mas rebuscados argumentos para justificar cada línea, cada pincelada y veladura en el lienzo además, evidentemente, de las cuestiones técnicas que se supone habían aplicado en sus académicos productos: composición, teoría del color, técnica pictórica, etc. En resumen, estaban tan sumidos en sus personales indagaciones espirituales que dichas palabras sonaron como la voz de Dios que majestuosa y divinamente grave los iluminaba desde el suelo, sí, suelo. (vaya si eran alucinados los pobres).
Manteniendo esa blindada dignidad alpinchista y el relajo inoculado en las venas, la flaca - que era como la llamaban en el taller - con sus vivaces ojos grandes y mostrando esa simpática sonrisa, en la que resaltaban sus incisivos dignos de Bugs Bunny, y luciendo, como era natural en ella, sus más vistosas galas clasemedieras, que constaban de una minimalista chompa turquesa de lana tejida, de diseño obviamente, una minifalda azul marino plisada y sus muy favoritos leggins, de los cuales seguramente tenia como tres docenas, y terminaba el maniquí fashion con unos zapatos de charol negro de lazo, de eso que tienen un discreto pero sonoro taco; hay que mencionar también las armas que relucientemente adornaban el pie de caballete, sus finísimos pinceles de marta y de cerda Grumbacher - en diferentes tipos y variedades y que eran muy difíciles de conseguir - el pomposo ramillete de pinceles brasileños usados solamente para el manchado previo - no muy baratos en ese entonces - sus enormes potes de medio litro de pintura acrílica Winsor&Newton - no pintaba con óleo por la odiosa alergia - y para terminar, toda la parafernalia de pintura habida y por haber en el entonces incipiente mercado: espátulas de diferentes tipos y formas, aceiteras de diversos tamaños, lápices de color de marca, diversas paletas, borradores, limpiatipos, etc. Ah! no podía faltar su omnipresente neceser rosado y violeta, de esos que tienen varios compartimentos; presentó con orgullo y pose de modelo de televisión su obra maestra.
En un bastidor vertical, de metro y medio por un metro aproximadamente, un fondo azul, de ese azul cobalto salido del tubo sin ninguna corrupción, groseramente monocromático a tal punto que el cielo cusqueño, ese azul profundo que enamora pupilas, parecía contener todo el espectro de colores ante semejante lienzo. Ese, no era más que el discreto contexto que contenía el culmen de tan grandiosa obra de arte: un hueso blanco. Esos huesos de historieta, de los que persiguen y entierran las caricaturas de perros en cualquier serie de dibujos animados, esos que vemos en bolsas de alimentos para mascotas. Sí, ese mismo hueso.
La reacción inmediata de los docentes ahí reunidos, que como jueces y guardianes de la cultura de toda una nación y responsables de velar por la sólida formación intelectual de los hacedores de cultura de la sociedad, fue un largo y muy sesudo discurso sobre la historia, tradición, filosofía, sociología, ética, moral, ontología, estética, metafísica y psicología del arte para no antes concluir con un llamado a la consciencia, a la inversión responsable de los recursos materiales y morales, a los anhelos y deseos de cada alumno que en contra de las demandas laborales del mercado y, en algunos casos, pese a la oposición familiar osa estudiar arte, el encargado de tan sublime y profundo discurso fue el profesor de piocha y pobre bigote, pensando que esto sería el prolegómeno a un sustento conceptual postmodernista, de alta vanguardia, obtenido de las mas largas y superiores reflexiones sobre el mundo, la sociedad y todos aquellos males que los artistas suelen muy bien escudriñar en su entorno, de una meditación profundamente metafísica o talvez de una modernísima corriente artística de la cual ellos aún no habían oído hablar.
Sin poder ninguno ocultar el estupor previo y mirándose el uno al otro como sorteando la cuchara para ver quien probaría tan extraña pócima, uno de ellos tomó la decisión e inquirió con malicia:
"¿Cómo es que una alumna de tan prestigiosa escuela de arte presenta un cuadro de tales características y pretende ser promovida a un ciclo superior?" y pensando en dilucidar de una buena vez el dilema volvió a preguntar:
"¿Puede sustentar la conceptualización de su obra? ¿Qué es lo q pretende con ella?"
Luego de un par de segundos y un carraspeo discreto en la parte de atrás del taller la flaca dijo:
"Solo quiero pintar, nada más"
Superados esos segundos de silencio ritual, casi mágico, el espíritu libre del arte, de su capacidad inmanente de ser todo y nada al mismo tiempo, de afirmar todo y negarlo a la vez, cual pentecostés, iluminó las atolondradas cabezas de todos los presentes. En el silencio siguiente todos recordaron porqué estaban ahí.
La Flaca fue promovida pero después de un par de semestres sobrevino la diáspora del taller. Nadie volvió a hablar del hecho que aún se guarda en secreto en alguna virola de un sucio pincel gastado.