sábado, mayo 12, 2012

La Historieta del Nerd



Eran muy vapuleados y fastidiados, enormemente ninguneados en todo sentido. Esa inquietante actitud silenciosa, casi solemne al hacer o decir las cosas, esa aparente ingenuidad que a los demás molestaba incomprensiblemente. Un pequeño grupo de chancones, muy responsables y ensimismados en sus quehaceres, cuyas sonrisas controladas se blandían como advertencias de quienes serían los que clamarían venganza después, a quienes se empeñaban en ese perverso juego de menguar sus ya enjutas autoestimas.

Esos nerds, o chancones en nuestro lenguaje coloquial, los que vimos procesando tareas escolares de manera industrial y que luego en la universidad prosiguieron imperturbables el mismo viejo método escolástico infalible para la cosecha meritocrática de elogios y diplomas, de admiración de profesores, orgullo de padres y madres y, dignos ejemplos del sistema; sin embargo, el juego diabólico de equilibrar aquellas interminables batallas nocturnas entre su poco ego y su casi inexistente amor propio, perdidos en limbos de palabras y miradas condenatorias, han de cobrar algunas victimas, no muy lejos de ahí.

Franco era uno de estos muchachos que aunque no éramos muy amigos solíamos departir junto con algunos de su mancha (grupo de amigos), a la cual yo no pertenecía pero era parte de la diplomacia que como parte dirigente de los palomillas de salón me correspondía y promovía, dicho sea de paso. En ese entonces, finales de los ochentas, la chompa roja con prístinas líneas amarillas en los puños y ese brillante escudo de orden religiosa en el pecho le quedaba algo grande, todo por culpa de la actitud ahorrativa y hereditaria de su madre y,  de su pequeño y gordito cuerpo. Siempre se cuestionó el por qué sus gustos y preferencias no tuvieron nunca cabida en su closet... closet, cuadernos, zapatos, peinado, comidas... ideas que concluían en una interminable lista de cosas, acciones y deseos que al parecer por el momento no estarían bajo su control; pero que la vida pronto clamaría venganza, no por él sino, con ÉL.

Terminado el colegio dejé de saber de Franco, como suele pasar hay quienes se pierden para nunca más volver a saber de ellos o quienes están rondando por ahí como fantasmas y aparecen como caídos del cielo en alguna caminata callejera, o de aquellos que nunca se van de nuestras vidas, como cómplices de juergas y amores, y que nos gusta llamar en cada borrachera de confesiones: amigos.

Sucedió en esos últimos desesperantes años de universidad, de esas veces en que la pereza te acompaña a clases, en la que con ojos legañosos y con varios minutos de retraso a cuestas te diriges presuroso a una de esas cagonas clases de siete de la mañana, pero - desgraciadamente- muy importantes. Apretando el paso con el único cuaderno multicursos en la mano -que para ser sinceros era una vieja agenda empresarial de un par de años atrás- para cumplir la primera parada de tan somnoliento viaje a las aulas, la puerta de la universidad. En esa batalla contra el tiempo, perdido en pensamientos profundamente introspectivos respecto a mi extrañada cama una voz casi policial pronunció mi apellido paterno a mis espaldas, con cierto aire de familiaridad, con una seguridad digna de agente de policía, fue entonces cuando pensé: "¿¡Ahora q mierda hice!?", intentando recordar alguna vieja travesura de palomilla o talvez alguna épica jornada bohemia de los últimos días. Simultáneamente y en un muy felino salto gatuno volteo todo el cuerpo, con ese aire de palomilla pendenciero que me acompañó algunos años, y grande fue mi sorpresa al ver a un tipo más grande que yo - veo todo desde dieciocho decímetros - claro, era como mi cuerpo pero tenia varias horas de ese gimnasio que me era tan esquivo.

El tipo me miraba con una cara algo inocente, cual Winnie Pooh sobrealimentado, volvió a repetir mi apellido con ese halo de admiración y con un anunciado abrazo en ciernes. Confieso que me costó reconocerlo al principio pero luego caí en que era Franco, sí, Franco, el del cuerpo de tortuga y cara de estudioso compungido. Sin mucha prisa y con un extraño acento en su voz - de ese vivo recién salido de academia - me dijo para tomarnos unas chelas a lo cual sin ningún reparo acepté -pretexto perfecto para sortear las aulas - no sin preguntarme a la vez "¿qué demonios hizo este huevón para ser Hulk?".

Nos fuimos a una pequeña tienda muy cerca de la universidad, de esas que muy pertinente y responsablemente tienen una mesa caleta para sus sedientos clientes. Después de algunas pocas cervezas - ustedes me entienden - y algunos recuerdos escolares de palomilladas propias y ajenas - en su caso todas eran ajenas por obvias razones - y algunas anécdotas de vida de los años transcurridos llegó el momento de la pregunta de historieta al Hulk de Disney con el que brindaba:

"Oé, y... ¿qué pasó? ¿Cómo así es que creciste descontroladamente? ¿En qué momento?"

Fue entonces que comenzó la confesión con aires de venganza.

"¿Recuerdas cuando me jodían y cagaban en el cole?" - me dijo. Yo con cara de no estar enterado de nada asentí con la cabeza para luego concluir con un "¡Claro!" y proceder a tomarme mi cerveza de un solo trago. Ni bien terminaba irrumpió con:

"¡'Ta que huevada hu'ón! después del cole fue una huevada para mi, ¿recuerdas?. Seguían jodiendo incluso en la pre, era la misma huevada. Estaba cansado. En una de esas casualidades de la vida  entré al gym y ¡PUM! ¡la cagada! todo comenzó a cambiar, fue cuando me di cuenta que ya no sería el huevón de antes. A ver si ahora alguien se atreve a joderme. A ver quien chucha es el valiente".

Sus ojos brillaban con una seguridad que nunca antes recuerdo haber visto en su cara, sentí el sabor congelado de la venganza en sus palabras, caí en que para él el tiempo no había pasado, no le habían notificado que ya habían pasado muchos años y que ya casi nada recordaba al colegio, que ya muchos nos estábamos haciendo viejos y que ya "disfrutábamos" de otros complejos y traumas.

Después de semejante lección no lo volví a ver, salvo una presentación televisiva en programa concurso local en la que entonaba muy adecuadamente una balada. Dicen que el carácter y la personalidad son atributos que se ensañan con nosotros y que se niegan a dejarnos, hagamos lo que hagamos. Para mi Franco no dejará de ser ese chico cuerpo de tortuga, ahora un poco más desarrollada, que a pesar de parecer Hulk no es más que la versión Disney del mismo, esa "Mole" que lleva por dentro un tierno Pitufo, tan humano como todos nosotros. Me enteré que era médico y estaba trabajando en un centro psiquiátrico, ya casado y con una niña. Supongo y espero que sea feliz, de cualquier extraña forma en que lo sea, pero que lo sea.

Cuando termino de escribir hay algunas preguntas que rondan mi cabeza. ¿Qué habría sido de mi amigo si hubiera tenido una cuenta de Twitter? y ¿ Si a eso le sumamos hubiera estudiado periodismo? o ¿Tendrá twitter? ¿Será tuitstar?. Además de algunas otras que tú, mi muy tuitero / facebookero lector, sabrás plantear y responder.

Las analogías cuentan, siempre.

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